José Ramón Mendoza
“No podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se
convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las
discusiones sobre el medio ambiente para escuchar tanto el clamor de la tierra
como el clamor de los pobres”.
“El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no
son capaces de defender”.
“La idea de un crecimiento infinito o ilimitado que ha entusiasmado
tanto a economistas, financistas y tecnólogos, supone la mentira de la
disponibilidad infinita de los bienes del planeta”.
Encíclica “Laudato sí”. Papa Francisco
Puede parecer extraño que alguien que se considera marxista
comience su escrito con dos citas de un Papa, pero hemos creído conveniente
resaltar, más allá de que no compartimos los postulados religiosos que se
exponen en la encíclica, la rotundidad de este mensaje que, por primera vez se
emite desde la institución que encabeza el Papa.
Y esto viene a cuento porque el objetivo de la próxima
“Cumbre del Clima” de París (la COP 21) tiene por objetivo alcanzar un acuerdo
ambicioso, y sobre todo vinculante, que haga posible acotar el avance del
cambio climático que el protocolo de Kioto y la fracasada cumbre de Copenhague
fueron incapaces de llevar a cabo.
El vuelco climático está perfectamente documentado y, sin
embargo, muchos responsables políticos y económicos siguen, en expresión de Ban
Ki-Moon, con “el pie atorado en el acelerador”, cuando se está demostrando que
la idea de un crecimiento ilimitado, e infinito, consustancial con el modo de
producción capitalista, sigue entusiasmando a economistas.
Pero ese modo de crecimiento supone basarse en la falsedad
de que los recursos materiales del planeta son ilimitados y esto es aplicable
al denominado desarrollo (concebido como crecimiento) ilimitado que, de hecho
se ha convertido en un discurso con un único contenido: el de exculpar un
modelo productivo absorbiendo frases, que no valores de la ecología política,
pero siempre dentro de la lógica del capital.
Indudablemente esto es una irracionalidad que tiene sus
raíces en las leyes del funcionamiento del capital; o lo que es lo mismo, la
producción buscando el beneficio, la tendencia a la acumulación y la
competencia entre capitales, leyes que nos llevan a la naturaleza propia del
capitalismo como modo de producción regido por la Ley del Valor.
Los gobiernos de los países desarrollados, y de los
denominados emergentes, dicen gobernar siempre según la razón. Pero la política
climática capitalista es irracional ya que es consecuencia de la ley del valor;
por lo que una política de racionalidad climática no podrá nunca ser el eje de
la actividad económica, si no se produce previamente un cambio radical de
paradigma.
En relación con los gases de efecto invernadero, causantes
del cambio climático, este cambio radical de paradigma supone eliminar las
emisiones de carbono fósil (carbón, petróleo, gas) lo que implica, primero
reducir drásticamente, durante un periodo de transición, y luego abandonar el
uso de los combustibles fósiles; ello teniendo claro que no se trata sólo de
una cuestión de cantidades, es necesario un cambio cualitativo, una verdadera
revolución energética y de sistema productivo que implica un uso controlado de
todos los recursos naturales y una reorganización social y para ello es necesario
un plan estratégico que combine tanto
factores cuantitativos, como cualitativos, actuando tanto en el plano
ecológico, como en el social.
La situación actual del volumen de emisiones de gases de
efecto invernadero está acelerando el vuelco climático lo que supone entrar en
una situación de urgencia. Ello nos obliga a
recurrir a poner en marcha algunas soluciones no estructurales, como,
tal como señala Daniel Tanuro en “el Imposible Capitalismo verde”, por ejemplo
la de plantar árboles para absorber el CO2 atmosférico; los
aislamientos térmicos y la generalización de los paneles fotovoltaicos para no
emitir CO2, pero teniendo en
cuenta que ellas no tienen todas el mismo significado ecológico ya que,
mientras la primera es coyuntural para solamente poder ganar tiempo, la segunda
es estructuralmente prioritaria; mientras que la tercera supone una inversión
en la línea de que las energías renovables reemplacen a las fósiles y no se
sumen a ellas, por lo que sólo será racional si va acompañada de una reducción
de las necesidades energéticas en producción de electricidad, en transporte, en
alimentación, en urbanismo, en residuos, etc.
Ello implica una revolución del proceso de producción, no
basta apropiarse el proceso productivo, hay que transformas el actual y sustituirlo
por otro mediante una revolución de las fuentes energéticas. Pero ni siquiera
eso es bastante.
No basta con esa transformación del proceso, no basta con
transformar también el aparato productivo y los modelos de propiedad. Es necesario
también cambiar el modelo de consumo y sustituirlo por otro basado en la
satisfacción de las verdaderas necesidades sociales que son totalmente diferentes
de las que ha creado artificialmente la necesidad incesante del crecimiento
capitalista
Se hace necesario una reorganización, lógicamente mediante
un periodo de transición, del conjunto de los modos de producción y consumo y
que no puede basarse en los criterios del mercado capitalista, sino en otros
exteriores al mismo basados en las necesidades reales de las personas y de los
pueblos y en el equilibrio ecológico y ello implica ir creando una economía de
transición al socialismo que decida en un proceso de transición democrática cuales
son las prioridades.
El gran reto de París es conseguir hacer ver que no se puede
crecer indefinidamente que estamos traspasando, si no lo hemos hecho ya los
límites del planeta y que no se es más feliz por consumir más.
¿Puede esto venir de la mano de quienes nos han abocado a
esta situación límite y que en los primeros días de diciembre se reunirán en la
cumbre de París, patrocinada entre otros por multinacionales de la automoción,
la aviación y la energía? Lo dudamos mucho.