Publicado en diario Público 19 de marzo de 2015.
España ha pasado a
lo largo de su historia contemporánea por épocas difíciles de crisis social y
política. La humillación económica de la clase obrera empujada a la precariedad
absoluta y el empobrecimiento de la clase media suele generar en estas
encrucijadas un lógico impulso de indignación. La fuerza de dos direcciones,
confundidas pero diversas, se desata entonces en el ánimo colectivo.
Cuando las
reivindicaciones de las clases medias consiguen atraer a la clase
obrera, surgen populismos ambiguos que desplazan el conflicto laboral y lo
ocultan con lemas patrióticos y llamadas a la comunión en una identidad
sentimental: nosotros frente a ellos. La deriva totalitaria, la sustitución de
la conciencia histórica por la épica nacional y la aparición de distintas
formas de racismo y caricatura social adquieren un protagonismo notable en
nombre de la regeneración.
Cuando las
reivindicaciones de clase obrera consiguen atraer a las clases medias y
recordarles el sentido de su fragilidad económica, surge esa figura que en
España suele denominarse con el nombre de rojo. La conjunción
republicanosocialista procura así que la indignación popular no
liquide las garantías democráticas y que la formalidad democrática no se
desentienda de una apuesta clara por la justicia social.
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