El
reconocido libro El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty, tiene un olvido
imperdonable: la naturaleza. La explicación fundamental del texto es que el
aumento de la concentración de la riqueza y el ingreso es propio del sistema
capitalista. De acuerdo a Piketty, cuando la tasa de rendimiento del capital
excede a la tasa de crecimiento del producto y del ingreso, como ocurrió en el
siglo XIX y parece repetirse en el siglo XXI, el capitalismo genera
en forma automática arbitrariedad e inequidades que disminuyen
los valores meritocráticos sobre los cuales se asientan las
sociedades democráticas.
Al
economista francés se le olvidó la naturaleza. Su concepción sobre lo que se
puede acumular es reduccionista y no sale de la visión convencional: capital es
la formación bruta de capital fijo, más otros objetos valiosos que acumulan
valor (obras de arte, oro, joyas, etc.). Es decir, solo el capital ‘producido’.
Deja de lado en su análisis que también se acumulan, concentran y desacumulan
otras formas de capital, como la capacidad y conocimiento humanos, la calidad
de las instituciones (es decir, los arreglos sociales para reducir las
condiciones de incertidumbre que siempre nos afectan) y, por supuesto, los
recursos de la naturaleza, renovables y no renovables, las funciones y
servicios ecosistémicos.
Esta
es la razón por la que se le olvidó la naturaleza. Piketty parece seguir
creyendo en el círculo cerrado -una economía sin entrada de recursos naturales,
energía y sin salida de residuos- de Paul Samuelson, reflejado en el sistema de
cuentas nacionales, en el que los recursos naturales aparecen, como por arte de
magia, como ‘producidos’ en las ramas de actividad correspondientes. No existe
consideración alguna de la relación entre la naturaleza y la extracción, y
menos del uso asimétrico de esa naturaleza como sumidero de residuos y
contaminantes o como generador de bienestar humano (captura de dióxido de
carbono, generación de oxígeno...).
La
desigualdad parece imparable. Frente a ello, Piketty propone aplicar medidas
para regular la economía mundial, tales como un impuesto progresivo
global al capital, en forma concreta a la riqueza, junto con una
profunda transparencia de las finanzas internacionales.
Esta propuesta no garantiza necesariamente una sustentabilidad ambiental
global, ya que puede caer la tasa de rendimiento del capital, pero no la tasa
de crecimiento del ingreso y la producción, o sea, una expansión económica sin
respetar los límites ambientales planetarios.
Las
propuestas fiscales expuestas en el texto para reducir la intensidad de la
tendencia a la concentración del capital que denuncia servirían para quitarle
presión al sistema y viabilizarlo, como si no hubiese otro problema igual o más
grave, como es el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la
reducción de la capacidad de los ecosistemas de mantener los niveles requeridos
de prestación de servicios ambientales. Piketty omitió la naturaleza en su
valioso estudio empírico sobre la concentración extrema de la riqueza
planetaria.
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