“Ha llegado el momento de que los que están preocupados por el destino de
la Tierra se enfrenten a los hechos: no sólo la grave realidad del cambio
climático, sino también la acuciante necesidad de un cambio en el sistema
social”.
Fred Magdoff
/ John Bellamy Foster
“Hasta
hace muy poco se discutía sobre el tipo de sociedad en que viviríamos. Hoy se
discute si la sociedad humana sobrevivirá”. Fidel Castro
Algunos ambientalistas, y de manera muy significativa en comarcas como la
nuestra, sienten que es posible resolver la mayoría de los problemas ambientales
introduciendo una mayor eficiencia energética, reemplazando los combustibles
fósiles por energías “verdes” –o utilizando tecnologías que alivien los
problemas, con medidas para protección de la biodiversidad, contra la
especulación, etc…; pero sin cuestionar el modelo productivo.
Nuestra opinión es que la mayoría de los graves problemas ambientales están
ocasionados por el funcionamiento de nuestro sistema económico y no son
resultado de la ignorancia humana o de la codicia, sino que la destrucción
ecológica está integrada en la naturaleza interna y lógica del modo de
producción vigente y esto es lo que lo que hace tan difícil la solución del
problema.
Capitalismo, naturaleza y ecología
El capitalismo, como forma de detentar la propiedad de los recursos y de
los medios de producción y como sistema de relaciones de producción, de
relaciones entre los hombres y las cosas o el Estado, es un sistema que, a fin
de mantener su objetivo esencial de acumulación incesante, necesita una
expansión continuada, tanto en términos de producción total, como territorial y
de eliminación de otros modos de producción, en términos espaciales y
geográficos.
Se puede alegar y así lo hacen los defensores del sistema que tanto la
expansión, como la conquista de la naturaleza, existían antes de los comienzos
del sistema capitalista en el siglo XVI. Pero en los sistemas anteriores al
actual, esa expansión, que el capitalismo casi ha convertido en derecho, de
conquistar la naturaleza eran prioritarios para la propia existencia del
sistema. Esta es la diferencia entre el capitalismo y los sistemas anteriores.
La economía capitalista en su fase mundializada sigue extendiéndose con una
velocidad que desde el punto de vista del porvenir de la humanidad y del
planeta, podemos calificar, cuando menos de imprudente e irresponsable.
La idea de que calidad de vida va ligada a consumo se ha generalizado al
conjunto de una sociedad –incluyendo a las clases trabajadoras- a la, a que, a
través de los mecanismos de la dominación hegemónica del capital, se le ha
convencido de que la única manera de mejorar su calidad de vida es mediante la
expansión económica que supone el crecimiento sin límites.
Este camino para mejorar su vida que, hoy por hoy, desea la mayoría la
población, no es óbice para que muchas, cada vez más, de esas personas quieran
también que se detenga esa degradación del entorno natural. Sentimiento que
cada vez se extiende más entre los ciudadanos, como trabajadores y como
consumidores, de los países desarrollados.
Esto constituye una contradicción más del sistema. Cada vez más personas
quieren tener más árboles, mejor calidad del aire y del agua,... mas naturaleza,
y también desean un número cada vez mayor de bienes materiales, que para
conseguirlos es necesario más combustible, utilizar todos los recursos
naturales, más uso del territorio mediante el urbanismo descontrolado y más
degradación del planeta. Queremos y deseamos más naturaleza y más producción-,
separando en nuestras mentes ambas reivindicaciones, incluso luchando por ambas
al mismo tiempo.
A diferencia de otros momentos históricos, en el capitalismo y
especialmente en su fase actual, el nivel de degradación del entorno natural es
tan grave que para analizar la situación hay que ir a volver a los orígenes, a
tratar el deterioro ambiental, la ocupación del territorio, el cambio climático;
en definitiva la crisis ecológica, como un tema de economía política que exige
soluciones ligadas a opciones éticas y políticas.
Mientras que los sistemas anteriores al capitalismo transformaron la
ecología y algunos llegaron a imposibilitar un equilibrio viable que asegurase
la supervivencia del sistema en áreas concretas solamente el capitalismo y en
nuestra comarca el inmobiliario constituye una amenaza para la existencia
futura, no sólo de nuestro entorno, sino de la humanidad, del planeta ya que ha
sido el primer sistema histórico que, englobando toda la Tierra, ha expandido
su producción a límites inimaginables.
Ello se debe a que el capitalismo ha logrado hacer ineficaz la capacidad de
otras fuerzas para imponer límites a sus actividades. Bajo la fachada de la
racionalidad del mercado se encuentra el inmenso poder destructivo implícito en
el modo de producción capitalista; así la burguesía ha resultado ser “la clase dominante más violentamente
destructiva de la historia” (Berman) y, en base a los valores de la
acumulación del capital no puede contener la destrucción ecológica, es un dilema
que no puede resolver. Así, las contradicciones entre economía y ecología
alcanzan su máximo exponente con el modelo de producción vigente, el modo de
producción capitalista, alcanzando su punto álgido en la fase actual de globalización.
¿Cómo salir? La versión romántica y
la técnica
Una argumentación extendida entre quienes no quieren que las cosas sigan
así, es la de contraponer a la creación de riqueza material y de empleo, el
romanticismo ecologista, o dicho más sencillamente, tener que elegir entre la
especie humana y la naturaleza[1]. Pero no se pueden contraponer
naturaleza y especie humana; ambas evolucionan conjuntamente.
Por otra parte, personas, organizaciones conservacionistas y organizaciones
políticas, algunas comprometidas con la lucha ecologista, mantienen que se
puede evitar la degradación total adoptando medidas técnicas ahora, alcanzando
así un desarrollo sostenible, expresión que, por otra parte, implica una
contradicción en si misma. Pero este punto de vista que podríamos definir como
de “ecologismo reformista” choca con la propia esencia del capitalismo ya que
esas medidas paliativas, si son lo suficientemente serias y eficaces como para
evitar, reparar en su caso o al menos contener el daño, amenazarían por sus costes,
la posibilidad de una continua acumulación de capital.
En ambos casos se evita ir a la raíz del problema, a la propia esencia del
sistema de producción capitalista ya que la fuente de la destrucción ecológica
es la necesidad de externalizar los costes de producción haciendo recaer una
parte de estos en la naturaleza.
Por el contrario, una visión verdaderamente “verde” si quiere dar una respuesta viable a la conservación de la
naturaleza, tiene por fuerza que poner en cuestión el presente cualquier sistema
económico que no se oriente a alcanzar un equilibrio sustentable con la
naturaleza.
Capitalismo y ecología son términos opuestos. Puede haber políticas
ambientales de derechas – si a las del capital con su discurso del “capitalismo verde” se les puede aplicar
ese calificativo- así como puede haber, y de hecho hay, políticas ambientales
de izquierdas. Pero no hay política ecológica de derechas. Si una política es
ecológica, esta es de izquierdas –añadiríamos incluso que revolucionaria-, y
podríamos asegurar que si una política es, social, económica y políticamente de
izquierdas, es ecológica.
De lo expuesto hasta ahora podemos sacar la conclusión de que la vía de la
actuación reformista de los ecologismos “técnicos”
y “románticos” tienen límites en
si mismas.
Ello no supone desechar el camino de las reformas, de la adopción de
medidas ambientales, técnicas y legislativas; el no tener en cuenta las
opiniones del ecologismos “romántico” muchas
veces interesantes y siempre generosas;
ya que la presión política a favor de esas reformas económicas y sociales, de la aplicación de avances tecnológicos,
además de paliar algunos efectos de la degradación puede hacer que aumenten las
contradicciones del propio sistema ya que facilitará el que afloren los verdaderos
problemas políticos en juego, siempre que estos problemas se planteen
correctamente.
Dentro del sistema se puede actuar para la preservación del medio ambiente,
bien paliando daños ambientales de una actividad, bien invirtiendo en la
renovación de los recursos naturales, o limitando seriamente otras como la
expansión urbanística -mediante una
ordenación social del territorio-, o el uso comercial de los espacios
protegidos. Tanto los movimientos ecologistas como Izquierda Unida han
planteado y plantean una larga serie de propuestas específicas dirigidas hacia
esos objetivos, propuestas que suelen encontrar una fuerte resistencia por sus importantes
efectos sobre la acumulación de capital.
Asimismo, aún en el caso de que se establezcan legislaciones ambientales
avanzadas, la aplicación real de las mismas encuentra reticencias para su
aplicación efectiva por parte de los Estados y las instituciones
supranacionales, como ocurre con la de la Unión Europea.
Esa vía reformista, que nunca se debe ni se puede abandonar y menos
despreciar, debe ir encaminada a una ordenación del territorio y de la economía
en las que se antepongan criterios sociales y ecológicos a los criterios
meramente económicos y de rentabilidad. Para ello el papel del estado, de lo
público, es de primera importancia.
Más allá del
reformismo
Dicho lo anterior, no hace falta repetir que la
supervivencia del modo de producción capitalista depende sobre todo de que no
se interrumpa el proceso de acumulación del capital y que para ello precisa de cada
vez mayor uso de recursos naturales, y entre ellos el territorio, así como que
cada vez genera más residuos.
La relación que el hombre mantiene con la naturaleza
en cada periodo histórico es consecuencia del modo de producción, de donde se
saca la conclusión de que para el proceso de aceleración de la degradación de
la naturaleza, de profundización de las desigualdades y de aumento de la
pobreza y el hambre en el mundo, en definitiva de la crisis social y ecológica
no hay solución dentro del actual modo de producción, ya que es impensable que el
sistema que crea los problemas ecológicos, siguiendo la implacable lógica de la
necesidad ilimitada de acumulación, quieran y puedan aportar unas soluciones
que implicarían su desaparición.
La única posible salida a la crisis ecológica y social
es avanzar políticamente por una senda en la que la vieja lucha por la
igualdad, hoy tan vigente como nunca si planteamos la cuestión de la creciente desigualdad,
camine en busca de una solución basada en un modelo económico, social, político
y territorial ecológicamente sustentable y socialmente más que justo,
igualitario.
Somos conscientes de que este es un camino largo y
apenas esbozado por Izquierda Unida y que debe conducir a un nuevo sistema
económico, político y social que decida de forma colectiva y participativa sus
aspectos fundamentales, y en la que la emancipación de la humanidad de todo
tipo de alienaciones y la supervivencia del planeta sea un todo indivisible.
O lo que es los mismo, para comenzar a “desfacer el
entuerto” del desastre ecológico, social y humano al que nos enfrentamos, se
necesita un nuevo modelo productivo basado en el control de las fuerzas
productivas por la mayoría de la población que ponga freno a la explotación de
la fuerza de trabajo y al expolio de los recursos naturales y de patrimonio.
Ahora bien, como consecuencia de este desastre
ecológico y social, uno de los problemas más importantes, quizás el que más,
ante el que nos enfrentemos será el de configurar un nuevo modelo de producción
y unas nuevas relaciones de propiedad que satisfaciendo las necesidades de la
humanidad en ese momento no sólo no comprometa, sino que asegure y mejore la capacidad de las generaciones futuras para
satisfacer sus propias necesidades; el problema de la relación metabólica entre
los seres humanos y la naturaleza, y hacerlo en las condiciones de producción heredadas de la actual sociedad capitalista.
Estamos hablando, no de una sociedad que se
desarrollará sobre su propia base, sino de una que presentará todavía en el aspecto
económico, en el ecológico, en el político y en el social, el sello de la
sociedad de cuya entraña procede; y en la que los problemas ecológicos derivado del modo de
producción capitalista tendrán que ser afrontados de manera urgente y
democrática racional, actuando sobre la base de comprender y no forzar esa
relación metabólica de los hombres con la naturaleza. Un futuro que no podrá
ser el de una sociedad de la abundancia –entendida esta en su concepción
actual-, del derroche de recursos y de crecimiento sin límites –al menos en los
términos en los que este se concibe en el sistema capitalista para beneficio de
una minoría - ya que entonces sería más de lo mismo.
Modelo que debe combinar un alto índice de bienestar y
progreso humanos con la generación de una baja “huella ecológica”, lo que no supone otra cosa que combinar
progreso y bienestar con el menor uso posible de los recursos no renovables
como los combustibles fósiles y de los recursos naturales (suelo, agua, aire,…)
sin superar la capacidad de regeneración de los mismos.
La transición a una economía ecológica
–que consideramos que también debe ser socialista- será un proceso arduo que no
ocurrirá de un día para el otro. Esto no es una cuestión de “asaltar el Palacio
de Invierno”. Más bien, es una lucha dinámica, multifacética para un nuevo
pacto cultural y un nuevo sistema productivo.
Las soluciones que en una sociedad poscapitalista
puedan hacer que empiece a desaparecer la amenaza de crisis ecológica y que
tanto el socialismo como la propia supervivencia del planeta sean posibles,
requerirán, no solo del control y la planificación democráticos de la
producción y de la utilización de los recursos sino que, además precisará de
una transformación revolucionaria de la relación que los hombres mantienen con
la naturaleza.
“Hoy más que
nunca el mundo necesita aquello por lo que los primeros pensadores socialistas
incluyendo a Marx, luchaban: la organización racional del metabolismo del
hombre con la naturaleza por medio de los productores asociados libremente. La
maldición fundamental a ser exorcizada es el capitalismo mismo”. John
Bellamy Foster y Brett Clark. “Imperialismo
ecológico: la maldición del capitalismo”.
José Ramón Mendoza
Texto presentado como ponencia en el Encuentro de IU CM
Comarca de la Sierra de Guadarrama. Marzo 2014
[1]Al igual que la
economía es mucho más que gestión, la ecología es algo que va mucho más allá de
la simple conservación de las especies y de los espacios naturales. La
ecología, igual que la economía afecta directamente a la libertad, a la
igualdad y al bienestar de las personas. Quien más sufre la degradación del
planeta son las clases más pobres de los países más pobres y más agredidos
ecológicamente, y dentro de ellas, los colectivos más desfavorecidos, como las
mujeres.
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