Una sopa es un conjunto de elementos que convergen en un líquido
para darle sabor y consistencia. Como el agua siempre es agua, el resultado del
caldo depende, fundamentalmente, de los elementos que convergen, del tiempo de
cocción, de la intensidad y la temperatura a la que cuecen, e incluso, como les
gusta decir a los chefs de la nueva cocina, del cariño que se pone en el plato
(aquí “cariño” puede significar lo que uno quiera, desde un ingrediente secreto
hasta una pastilla de avecrem, porque la ambigüedad es la clave de su éxito).
No nos engañemos, no es lo mismo un espinazo que un puerro, aportan sabores y
sustancias distintas. Y no es lo mismo media horita a fuego fuerte que la
cocción tranquila de la cocina de la abuela, dedicándole una mañana entera para
el buen ensamblaje de los sabores.
Los procesos de convergencia política, como las sopas, son siempre únicos.
Responden a realidades concretas en las que cambia, si me apuras, hasta el
elemento constante (no es lo mismo el agua de Madrid que el de Valencia,
dicen). Pero son también un proceso con procedimientos más o menos obligados.
En primer lugar, deben partir de la voluntad de quienes convergen. Es un
clásico de la vieja política afrontar los procesos de convergencia como una
“excusa necesaria” para una ruptura definitiva con el resto de las partes. Pero
también, y fundamentalmente, hay que decidir qué elementos se echan al fuego.
Puede cocinarse una sopa de proyectos políticos y sus militantes (“sopa de
siglas” en la cocina moderna), o puede cocinarse una suma de
liderazgos personales. En mi opinión, como la acción individual, incluso cuando
se ejerce en masa, no equivale a la acción colectiva, los ingredientes para
una convergencia que asegure el cambio están en los programas y en la calidad
de la militancia. Los liderazgos son instrumentales y deben estar al servicio
del proyecto y no al revés. Pero claro, conseguir un sabor equilibrado en base
a proyectos políticos requiere de una cocción tranquila, ajustada a sus propios
tiempos, que no suelen coincidir con las urgencias de las sopas de sobre para
tertulianos. Y requiere que quienes convergen tengan proyectos políticos, y
esto, en ocasiones, es mucho pedir.
En Madrid y en el conjunto del Estado, la izquierda tiene el reto de
confluir en un espacio electoral común. Pero el riesgo de una sopa de
hiperliderazgos y los tiempos televisivos empujando a favor de las fórmulas
individualistas pueden agriarnos el resultado. ¿Frente a quién responderán los
concejales/diputados en las agrupaciones de electores o en los partidos
instrumentales? Una vez elegidos ¿cuál es el proyecto común que defenderán en
las instituciones? ¿Qué papel se le deja a la militancia cuando un proyecto
político es nada más que una lista electoral?
Quienes dicen haber inventado las sopas de ajo hace unos meses, como quien
cree descubrir en 2015 el Océano Pacífico, han hecho una apuesta por
la suma de liderazgos. Se lo ponen fácil a quienes, encastillados en su rutina
institucional desde hace décadas, no necesitan más que un chiringuito pequeño y
manejable para la supervivencia personal. Ambos bloques se aseguran sus
intereses llevando el debate a los extremos de la autodefensa: unos, achacando
al bando contrario, a veces con razón, un inmovilismo que esconde la
defensa de intereses personales, parecen encontrar en esa acusación, muchas
veces fundada, la coartada perfecta para que la simple diferenciación aparezca
como un argumento político, lo cual es una absoluta falacia; y otros, también
con parte de razón, cavando una trinchera frente a quienes pretenden
desmantelar los proyectos políticos de cambio desde dentro como un “Caballo de
Troya”.
Yo no me resigno, después de tantos años trabajando por la generación de
espacios de convergencia, a iniciar un proceso diferente. No hay recetas cerradas
y rígidas, pero sí procedimientos que son indispensables. Necesitamos hacer
confluir proyectos políticos, aunque a los que acaban de llegar, si no tienen
uno, les asuste una confluencia que, de esta manera, puede dejar a muchos de
los suyos fuera. Hay que asegurar que los compromisos adquiridos mantienen su
vigencia después de las elecciones, porque lo contrario es un fraude al
electorado. Y sólo una vez ajustados los términos propositivos e ideológicos
del proyecto, podemos afrontar el debate de los liderazgos, que como elemento
instrumental deberán ajustarse al contenido del proyecto pactado. Los tiempos
no serán los de La Sexta Noche, sino los necesarios para el equilibrio de los
sabores. En definitiva, frente al “aguachirri" de la sopa de líderes, la
consistencia de la convergencia entre proyectos políticos y militancias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario