Grecia y Draghi, ¿dos rupturas?
I
Enero ha traído dos cambios importantes en la política
comunitaria, aunque de signo bien distinto. Uno es el anuncio de la masiva
compra de activos financieros por parte del Banco Central Europeo. El otro, la
victoria electoral de Syriza y el inmediato anuncio por parte del nuevo
Gobierno griego de su voluntad de impugnar la política de rescate y la adopción
inmediata de medidas que van en esta dirección, como el aumento del salario
mínimo, el bloqueo de la privatización de actividades básicas y la readmisión de
empleados públicos. Aunque el alcance de las medidas es bien distinto,
ambas suponen un cuestionamiento de alguno de los dogmas que la hegemonía
neoliberal-alemana había impuesto hasta el momento. Se trata de cuestiones de
ámbito y repercusiones diversas, por esto trato de analizarlas por separado,
aunque en la reflexión final intentaré buscar alguna conexión.
II
Lo que Draghi ha propuesto es un plan de compra mensual, del
orden de 60000 millones de euros, de activos financieros durante 18 meses,
que podrían prorrogarse; un total que supera el billón de euros. Supone
insuflar una enorme cantidad de dinero en los mercados financieros,
comprando tanto títulos públicos como privados. ¿Qué se espera con esta
política? Puede pensarse tanto en efectos directos como indirectos.
Entre los primeros, los más claros son que ello facilita la
financiación tanto de la deuda pública como de las empresas beneficiadas por
las compras de títulos. Esta entrada de dinero tendrá el efecto previsible
de seguir bajando el coste de financiación de estados y empresas, lo que en el
primer caso puede además permitir aligerar el “servicio de la deuda” (el pago de
intereses a los tenedores de deuda pública). Se espera que este abaratamiento
permita a estados y empresas aumentar su capacidad de ahorro y la posibilidad
de amortizar aceleradamente parte de su deuda. Sin embargo como la política
está diseñada para comprar una proporción de títulos parecida a la aportación
de cada país ello supone que estas ventajas favorecerán por igual a todos los
países, aunque se puede esperar que esta oleada de financiación barata influya
sobre el conjunto del mercado financiero y todo el mundo se vea gratificado
con una financiación fácil y barata.
Se supone que esta política puede tener también importantes
efectos indirectos. De una parte la oleada de dinero que se inyecta a la zona euro debe
provocar su depreciación frente a otras divisas. La devaluación favorece
las exportaciones a países fuera de la zona euro y ello posiblemente tenga más
importancia para los países que producen bienes de nivel intermedio, como es el
caso de España, que los que producen bienes de alto nivel, como Alemania, para
los que el precio de venta tiene menor importancia. De hecho la alta
apreciación del euro ha sido uno de los elementos que ha jugado un papel
importante en la desindustrialización experimentada por algunos países. La otra
cara de la devaluación es que se encarecen las importaciones y esto tiene un
impacto distinto en función de la estructura productiva de cada país y sus
posibilidades de adaptación. Si lo que se importa son bienes que el país es
capaz de producir por sí mismo, la devaluación puede además reanimar a la industria
local. Pero si el país importa bienes que no es capaz de producir por sí mismo
la devaluación encarece los suministros y puede acabar por neutralizar el
efecto positivo en el lado de las exportaciones. En el caso de España un
elemento importante al respecto es la elevada dependencia energética (petróleo,
gas, carbón) y de algunas materias primas (metales, soja, cereales), pero, al
menos a corto plazo, la caída del precio del petróleo y otras materias primas
puede jugar un papel importante en evitar que la devaluación del euro se
traduzca en un alza sustancial de costes. Hay que advertir sin embargo que
estos movimientos dependen además de lo que hagan el resto de países con su moneda;
si todos responden igual que la zona euro devaluando de facto sus monedas acabaríamos
igual que al principio.
Pero el mayor efecto que se pretende
inducir con esta política es el segundo. Se supone que al aumentar el flujo de
dinero en el mercado financiero se reducirá la demanda de financiación por
parte del estado y las grandes empresas que cotizan en bolsa y con ello se
producirán tres efectos paralelos: a) las grandes empresas aumentarán sus
inversiones, b) se favorecerá el crédito al resto de la economía y con ello se
promoverá la actividad económica y la inversión y, probablemente c) el menor
coste de la deuda pública facilitará el gasto público en actividades que
generan actividad. Básicamente no encuentro diferencias sustanciales con
anteriores políticas del Banco Central Europeo –como la de financiación masiva
a la banca– más que en el volumen de su acción y en el uso de un canal
diferente. Es cierto que a veces lo cuantitativo se trastoca en cualitativo y
que una oleada tan grande de intervención puede acabar por generar un impacto
sobre la economía real. Pero hay buenas razones para indicar que es más
probable que todo sea más de lo mismo.
En primer lugar está la cuestión de la financiación pública.
Tras la primera intervención masiva del BCE los tipos de interés de la deuda
pública bajaron sustancialmente, de hecho hoy llegan a estar cercanos a cero.
Se ha conseguido abaratar sustancialmente el coste de la deuda pero, en la
mayoría de países, el endeudamiento público relacionado con los déficits no ha
dejado de crecer. Y esta situación, en tanto se mantenga el resto de la
política actual, frena la expansión del gasto público y da razones a los
partidarios de la austeridad neoliberal a seguir imponiendo recortes y reformas
estructurales (eufemismo para designar la eliminación de derechos sociales y
laborales). Si el gasto público no crece suficientemente se pierde un factor
esencial de reanimación económica y al mismo tiempo se siguen infligiendo a la
población las mismas sevicias que lleva años soportando. En segundo lugar está
el sector privado. Tampoco para las grandes empresas la financiación ha sido un
problema en los últimos tiempos. La ingente inyección de liquidez que ha
generado el BCE y el resto de grandes bancos centrales les ha permitido
encontrar facilidades para financiarse en los mercados financieros
internacionales mediante la emisión de todo tipo de bonos (cualquier lector de
la prensa económica encuentra casi a diario la noticia de una emisión de este
tipo de alguna gran empresa y, de forma creciente, acompañada del comentario
que se trata de la más barata que ha obtenido nunca). Pero la inversión es otra
cosa; como ya he explicado en anteriores notas, las inversiones no se realizan
porque el acceso al dinero es barato sino porque se ven posibilidades factibles
de invertirlo con rentabilidad en actividades reales. Y esto es lo que está
menos claro dados los excesos de capacidad que aún persisten, los niveles de
incertidumbre que generan las diferentes turbulencias de precios y las
limitaciones a la expansión del mercado provocadas por el empobrecimiento al
que se ha forzado a una parte importante de la población de los países con
capacidad de compra. Para las empresas pequeñas las cosas aún son más difíciles
tanto porque su acceso al crédito es siempre mucho más azaroso y dependiente de
las decisiones del sector financiero como porque, a menudo, se encuentran
“aplastadas” por las estructuras oligopolistas que configuran el “capitalismo
real”. Sin contar que en un mundo tan financiarizado como el actual la
posibilidad de que el dinero inyectado fluya hacia actividades especulativas es
tan grande como para poner en duda que estemos realmente ante el esquema
modélico en el que la entrada de dinero fresco se traduce directamente en
actividad real. Por ejemplo en las grandes ciudades españolas, especialmente
Madrid y Barcelona, estamos asistiendo a una entrada masiva de inversiones
financieras en activos inmobiliarios (oficinas, locales comerciales, hoteles)
que, unida a la eliminación de los últimos restos de política de control de
alquileres, está produciendo en determinadas zonas una presión sobre los
alquileres empresariales que está liquidando gran parte del tejido
tradicionales de comercio local e impidiendo el desarrollo de un nuevo sector
potencial de artesanado comercial.
Sin duda la acción de Draghi es osada por dos razones:
porque se enfrenta a las ideas que defiende el todopoderoso Bundesbank y porque
si fracasa deja sin nuevos cartuchos el actual modelo. Al menos, sin nuevos
argumentos serios para seguir postulando que es lo único que se puede hacer,
aunque hace demasiados años que estamos viviendo una situación en la que la
inanidad del poder no tiene costes para quien lo ejerce. Posiblemente, si no
funciona, a corto plazo los ortodoxos achacarán a Draghi el fracaso, pero se
abriría también la posibilidad de un cuestionamiento más radical de todo el
modelo de construcción de la zona euro.
III
El reto griego es sin duda más radical, puesto que impugna
una buena parte del núcleo de las políticas de austeridad en dos frentes
combinados, el del tratamiento de la deuda y el de las reformas estructurales.
Los griegos tienen una buena razón para justificar su punto de vista: la
inanidad práctica de las políticas impuestas por la Troika. Se ha impuesto un
enorme daño social sin resolver, ni siquiera mejorar, el problema que en teoría
se trata de atajar. Como en otros muchos países, los recortes, en lugar de
reducir sustancialmente el endeudamiento, han contribuido a aumentarlo.
Los problemas que afrontará el nuevo Gobierno griego son sin
embargo de otra índole. Tener buenas razones casi nunca es suficiente. Aceptar
el argumento griego implicaría para el resto de Europa entrar a revisar gran
parte de su diseño institucional y el enfoque de sus políticas. De entrada
revisando el propio tratamiento de la deuda que diera lugar a tratar los
problemas financieros de los estados y las personas de forma parecida a como se
tratan los problemas empresariales: creando mecanismos de ajuste, que implican
quitas de deuda, cuando no se puede pagar. Esta ha sido siempre una línea roja
que el sector financiero nunca ha aceptado por razones diversas. Una es el
temor a que los estados recurran periódicamente a suspensiones de pagos y hagan
totalmente incierto el funcionamiento del sistema financiero. El otro es el
hecho que mientras una empresa quebrada puede liquidarse y venderse sus
activos, un país no puede liquidarse del mismo modo y por tanto tiene, en este
sentido, más posibilidades de obtener ventajas con la quiebra. Por otra parte,
el cuestionamiento de las políticas de ajuste bloquea la posibilidad de avanzar
en dos de los grandes objetivos de las políticas neoliberales. De una la
reconstrucción del mercado laboral como un mero ejército de reserva sin control
que posibilita total libertad a los empresarios en el uso de la fuerza de
trabajo (de eso va la flexibilidad laboral). De otro cierra al gran capital el
acceso a apetecibles áreas de negocio que aún quedan en manos del sector
público en algunos países.
En definitiva, el desafío griego, por más moderado que
traten de presentarlo sus promotores, se orienta hacia una revisión en
profundidad de las políticas europeas, y afecta a intereses muy poderosos: al
sector financiero, a las políticas diseñadas por las elites europeas, a los
sectores que hacen negocio 4con las privatizaciones. Lo que hay que esperar en
los próximos meses es un ataque feroz a la propuesta griega por varios y
complementarios frentes. De hecho ya comenzó con la retirada de nuevas
provisiones financieras antes de las elecciones, con la primera tanda de
declaraciones de políticos europeos y con el anuncio de salidas de depósitos en
bancos griegos. Grecia es pequeña, marginal, la factura griega es perfectamente
asumible. Pero lo que se teme es que sea sólo un primer movimiento que podría
generar una reacción en cadena y por ello la reacción va a ser contundente y a
corto plazo. Para evitar que cualquier éxito del Gobierno Tsipras pueda dar
alas a fuerzas políticas parecidas en otros países y generar nuevas
expectativas sociales en muchos sitios. El margen de maniobra del Gobierno
griego es muy estrecho y deberá escoger muy bien sus maniobras para evitar que
le rompan el espinazo y con ello se cierre otra ventana de esperanza en Grecia
y en todas partes. Más que estar expectantes con lo que ocurra allí lo que
debería hacer la izquierda en otros países es un gran trabajo de explicación a
su sociedad de las dificultades del proceso, de las fuerzas e intereses en
juego y, al mismo tiempo, de elaboración de propuestas sólidas y comprensibles
que ayuden a generar un marco de referencia claro de política alternativa.
IV
Aparentemente hay muchas diferencias entre los problemas que
plantean ambas políticas. Pero por debajo subyacen cuestiones comunes que vale
la pena destacar. Sobre todo porque ambos reflejan, cuando menos, que está
empezando a tomar cuerpo la primera condición para que sea posible un cambio de
signo sustancial en las políticas. Y no es otro que el manifiesto fracaso de
las políticas dominantes para hacer frente a los problemas que pretenden
resolver. Draghi ha optado por esta inversión masiva cuando es evidente que las
maniobras anteriores de política monetaria se han mostrado inútiles. Los
griegos han votado contra la Troika cuando tras años de sacrificios estos han
mostrado que no han servido más que para necesitar un nuevo rescate.
Como síntoma es evidente, como remedio más discutible. En un
caso porque hay muchas posibilidades de que tampoco funcione –en los términos
previstos–la inyección financiera. En el otro por la dificultad de que Grecia
obtenga una reformulación a la carta de las políticas que le han impuestos sus
poderosos, en teoría, aliados.
Salir de este problema requiere movimientos sociales más
amplios en otros países y mayor densidad de las propuestas políticas. Requiere
por ejemplo reconocer que detrás del problema del endeudamiento público está la
cuestión básica de la distribución de la renta y el poder entre grupos
sociales. El que una minoría social haya conseguido legitimar unos abusivos
derechos 5de propiedad (que incluyen modelos fiscales totalmente injustos en
sus sistemas de recaudación y en sus posibilidades de elusión) que generan una
persistente dificultad para financiar la provisión colectiva está en la base de
los problemas financieros de los estados. De la misma forma que las dinámicas
de desarrollo empresarial generadas con la globalización no han hecho sino
reforzar los desequilibrios geográficos, de los que el caso griego es un
ejemplo palmario. Los desequilibrios, injusticias y desigualdades que han
conducido a la crisis actual exigen un cambio institucional profundo, un
enfoque diferente para tratar los problemas. Incluidos los que se derivan de la
crisis medioambiental. Por esto es tan urgente que la izquierda en todas partes
desarrolle proyectos sociales y económicos entendibles, revisables y adaptables
para poder quebrar la locura neoliberal. Para que el previsible fracaso de la
expansión monetarista dé lugar a un cambio institucional profundo. Para que
Grecia no quede aislada y su ejemplo puesto como una nueva advertencia de lo
que ocurre cuando no hacemos caso a la autoridad.
La recuperación del empleo ¿representa un cambio de
ciclo?
El gobierno ha presentado, es lógico, la mejora de las
cifras de empleo como una muestra de la bondad de su política. Por primera vez
desde 2008 la situación parece mejorar. Otra cosa es como se entiende esta
mejora. Que la actividad se recupere un poco no significa que se haya entrado
en una vía sin sobresaltos. Pero la experiencia del ciclo anterior donde la
recuperación del empleo en 1995 dio lugar a una fase ininterrumpida de
crecimiento abre la tentación de pensar que las cosas se repiten mecánicamente
y lleva a olvidar que los procesos no son siempre parecidos. Hubiera sido
demasiado pedirle a un Gobierno tan dado al autobombo y tan ignorante como el
que preside Rajoy que hubiera realizado esta evaluación crítica. En todo caso
me limitaré a evaluar lo que podemos deducir de los datos que proporciona la
Encuesta de Población Activa.
En primer lugar están las cifras del paro. En un año se ha
reducido en 477 mil personas, una buena cifra pero que a este ritmo implicaría
más de diez años de “bonanza” para llegar a cifras manejables. Una buena parte
de esta reducción se ha debido a la creación neta de empleo (433 mil) pero otra
a la reducción de la población activa (44 mil), lo que indica que el efecto
“trabajador desanimado” sigue dominando e indica que aún hay mucha gente que no
confía en encontrar empleo. Y de este inmenso colectivo de parados ha seguido
moderadamente creciente el porcentaje de “larga duración” (los que llevan más
de un año en el paro) y que alcanza el 61,4% de todos los parados, un volumen
insoportable de desperdicio social y sufrimiento humano.
Cuando se analizan los datos cualitativos del empleo se
observa que la mejora 6cuantitativa no se ha traducido en una mejora de la
calidad, al menos en las variables que permite considerar la E.P.A. El peso del
empleo temporal ha crecido ligeramente, del 23,6% al 24,2%. Los empresarios
siguen prefiriendo contratar a la gente por esta vía, tanto porque muchas
actividades son de temporada, de corta duración, como porque este tipo de
contratación les concede ventajas en muchos terrenos. No sólo por los costes de
despido, sino por muchas otras razones: no genera antigüedad, permite una
presión constante con el espantajo de la renovación etc. Por su parte el empleo
a tiempo parcial prácticamente no ha variado en un año y su peso se mantiene en
torno al 16,05%. Hay que advertir sin embargo una cuestión que salta a la
vista. Hasta el segundo trimestre del año 2014, el peso del empleo a tiempo
parcial crecía de forma sostenida. En el tercer trimestre se produjo una fuerte
caída, algo habitual cada año puesto que hay, por ejemplo, mucho empleo a
tiempo parcial en restauración colectiva (catering en escuelas y centros de
trabajo) en comercios y otros servicios que desaparece en verano. Pero en el
cuarto trimestre no se ha recuperado el porcentaje como en años anteriores. Es
difícil saber si ello responde a un cambio de ciclo o una pequeña variación de
la muestra. En todo caso se trata de un tema a seguir. Y en todo caso lo que si
resulta sólido es el crecimiento sostenido de la gente con este tipo de empleo
que declara que lo que quiere es empleo a tiempo completo y que alcanza un
40,2% de todos los empleados a tiempo parcial. Sin duda estas son dos figuras
que indican que no hay un “salto de calidad” en los empleos, pero una
evaluación más completa debe considerar otras cuestiones como los salarios.
Cuando se estudia dónde se ha creado empleo se empiezan a
tener pistas de lo que hay detrás de la recuperación. La mayor parte de la
creación de empleo es de asalariados, mayormente privados, aunque hay algo de
crecimiento del empleo público (será por el efecto ciclo electoral o por las
presiones de los movimientos sociales). La tasa de asalarización sigue
creciendo, estamos en una sociedad capitalista donde la mayor parte de la gente
(82,4%) depende de un salario sin contar con los camuflados como autónomos. Por
categorías profesionales el mayor crecimiento absoluto (152 mil) y relativo
(3,9%) es el de los trabajadores manuales de servicios, lo que es un buen
indicador de dónde se crea empleo. Aunque el crecimiento en ambos aspectos es
notable en otras muchas categorías laborales, es algo mayor la proporción en
empleos manuales. Por sectores, en términos absolutos los mayores crecimientos
se producen en la industria (89 mil), la hostelería (87,7 mil), las actividades
científicas y profesionales (54,7 mil), la administración pública (52,3 mil) y
las actividades artísticas, deportivas y recreativas (47,7 mil) En términos
relativos, la hostelería (6,6%) y actividades profesionales (6,5%) destacan
como las más dinámicas. Estos datos siempre hay que tomarlos con cuidado, en
una estadística elaborada por muestreo (en una muestra que cada trimestre
cambia en un 16,66%); cuando más 7detallada es una tabla estadística mayor es
su sensibilidad a cambios en los resultados. Pero creo que la pintura que se
puede deducir es bastante real. El turismo sigue siendo el gran dinamizador,
aunque ahora no está acompañado de su tradicional pareja de baile, la
construcción, porque aún persiste un enorme exceso de capacidad de vivienda
vacía en zonas turísticas que va a tardar años en absorberse. En el otro
extremo es seguramente la implantación de las nuevas tecnologías y de sus
múltiples aplicaciones lo que engrasa el crecimiento de las actividades
técnico-profesionales y lo que tiende a generar una estructura ocupacional más
polarizada. Pero la representación debe matizarse primero por una cierta
recuperación del empleo industrial y segundo por el nuevo crecimiento del
empleo relacionado con el sector público. El empleo industrial se ha
beneficiado sin duda de la depreciación del euro, de la caída de los salarios y
de una pequeña recuperación de la construcción que arrastra detrás de si
actividad industrial. O sea que más o menos puede decirse que la nueva
coyuntura ha favorecido un poco la actividad tradicional. Y por otro (y esto
también explica algo la mejora de la construcción) el sector público ha
aflojado la política de recortes y con ello, una vez más, ha creado empleo. Ya
se sabe que el ciclo electoral siempre influye, y este año las Administraciones
más partidarias de hacer ajustes se han dado cuenta que debían hacer algo para
volver a ganar elecciones.
En definitiva, hay una cierta, por otra parte esperable en
algún momento del ciclo, recuperación del empleo (que al final vía
multiplicador acaba afectando a todos los sectores), pero que en todo caso no
permite afirmar que se haya producido un cambio estructural, ni siquiera en
términos iniciales, y el país sigue dependiendo de la bonanza del turismo (y
soportando sus costes sociales y ambientales), de algunas industrias bajo
control foráneo como el automóvil (que interviene además como lobby contra la adopción
de una política racional de movilidad) y de un sector público que pese a su
insuficiente desarrollo sigue generando empleo. Quizás con un sector público
más consistente, con políticas bien orientadas y decisión se podría pensar en
hacer un salto hacia una economía más justa y deseable en términos sociales y
ambientales, más sólida para enfrentarse a los peligros de la globalización en
sus distintas facetas. De momento sólo estamos asistiendo a una mejoría de un
enfermo cuyas estructuras vitales no se han alterado. Un país que genera
demasiado paro, demasiados malos empleos demasiadas desigualdades y que es
incapaz de garantizar una vida social satisfactoria y un futuro sostenible.
Albert Recio Andreu
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